miércoles, marzo 29, 2006

003

En el lenguaje de la Escritura la relación Esposo-Esposa es empleada para expresar el amor de Dios hacia Israel (en el Antiguo Testamento). En el Nuevo Testamento, ese mismo lenguaje es atribuído a Jesús como Esposo de la Iglesia, es decir, de todos los cristianos. Con ello se indica la donación completa de Jesucristo a todo el género humano mediante la Encarnación, mediante la Cruz y mediante la Eucaristía. La donación esponsalicia es sinónimo de totalidad, de exclusividad, por parte de quien se da al otro sin reservarse nada para sí mismo.

Jesús mismo emplea este lenguaje cuando señala que “hay quienes se hicieron eunucos por amor al reino de los cielos” (Mt 19, 12). Sólo Jesús virgen y totalmente entregado a la redención de la humanidad puede establecer esa exigencia de entrega de un corazón indiviso a algunos de sus seguidores. Con esta actitud Jesús jamás despreció al matrimonio, sino que, más bien, lo restauró a su dignidad originaria señalando su origen divino y su indisolubilidad: “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” (Mt 19, 6).

Juan el Bautista, que fue también célibe, se declara a sí mismo como “el amigo del Esposo”, es decir de Cristo, que “es el Esposo”, cuya voz es oída por el amigo y se alegra por ello. De este modo rechaza con energía la posibilidad de que los judíos lo confundan con el Mesías esperado. Él se limita a preparar al pueblo elegido y a señalarle quien es el Mesías, es decir Jesús el Cristo.

San Pablo (1 Co 7) vive su celibato apostólico como un “don” que no quiere imponer a los demás pero “me gustaría que todos los hombres fueran como yo” (v. 6). En la primera literatura cristiana aparecen como una consecuencia de la radicalidad cristiana hombres y mujeres que viven en celibato o virginidad para estar definitivamente unidos a Cristo. Esta es la razón por la cual fue afirmándose como algo sumamente conveniente el celibato de los presbíteros y obispos. Aunque actualmente la legislación eclesiástica tenga matices distintos según los ritos, hay una coincidencia de valorar como algo muy positivo el celibato sacerdotal.

El mismo San Pablo desarrolla con gran profundidad la relación esponsalicia entre Cristo y su Iglesia. San Juan, Apóstol tambien virgen, en el Apocalipsis dsecribe a la Iglesia, como “esposa engalanada que baja del cielo”. El último versículo de ese libro sagrado relata cómo “el Espíritu y la Esposa dicen ¡ven, Señor Jesús!”. Con ello se concluye la Sagrada Escritura a la espera del cumplimiento de ese encuentro entre Cristo que vuelve glorioso y la Iglesia que le sale al encuentro.